29 abril 2012

Degustando Lima, paseando por la ciudad blanca de Arequipa y observando cóndores en el Colca

Llegué a Lima un par de días antes de que lo hicieran mi madre y Josep, tiempo suficiente para encontrar un hotel adecuado para ellos (me despedí de las habitaciones compartidas por una semana, tal y como ya hice en Buenos Aires) y conocer esta gran urbe de más de 8 millones de habitantes. Tuve suerte y una chica muy simpática que conocí en Couchsurfing me acogió en su casa, así que a parte de ahorrarme unos soles me permitió conocer a su familia y un plato peruano que me encantó: los anticucho (corazón de la vaca a la brasa). El día que llegaba mi visita me mudé al Hotel España, una particular y céntrica posada que parece un museo, lleno de cuadros gigantes que bien podían estar en el Prado (si fueran de Goya y originales), grandes espejos y un mini zoo en la azotea. Una vez llegaron Josep y mi madre recorrimos primero el casco antiguo de Lima y visitamos la catedral (que tiene la particularidad de tener el techo de madera por si hay otro terremoto en el futuro, algo más que probable), y el lujoso palacio del arzobispado (contiguo a la catedral y un derroche de lujo con el que siempre se ha caracterizado la cúspide eclesiástica).

También nos acercamos a Miraflores, un encantador barrio formado de callejuelas limpias y pintorescas y lugar que muchos europeos que residen en Lima eligen para vivir. Allí se encuentra también uno de los mejores restaurantes de la capital y por ende del continente, Ástrid y Gastón, en el que reservamos mesa para probar su menú degustación y celebrar por todo lo alto los 53 años de mamá. Empezamos saboreando un delicioso pisco sour, la bebida nacional del país, y luego disfrutamos durante más de tres horas de platos típicos peruanos, como el ceviche o el rocoto relleno. Todos estaban perfectamente presentados y elaborados, pero el lujo (y sobre todo los vinos) inflaron la cuenta demasiado. Suerte que no me tocaba pagar a mí.

Después de recorrer Lima nos desplazamos a Ica, una polvorienta y ruidosa ciudad en la que hicimos noche para poder visitar al día siguiente la reserva natural de Islas Ballestas. A estos islotes, poblados exclusivamente por focas, pingüinos y millones de pájaros de diferentes especies, se llega en un tour de barca de apenas un par de horas. Es realmente impactante no solo que las lanchas se acerquen tanto a las playas en las que dormitan y se pelean focas y leones marinos, sino especialmente el ruido y fetidez que profieren los pájaros que sobrevuelan constantemente el cielo y reposan en las rocas. Tras esta breve parada en las Ballestas, tomamos otro autobús, esta vez un nocturno de lujo, camino de Arequipa, la ciudad blanca que vio nacer a Mario Vargas Llosa. De Arequipa me gustó en primer lugar su ubicación1, ya que desde la mismísima Plaza de Armas se puede divisar el nevado volcán Misti como telón de fondo (una montaña de más de seis mil metros a apenas veinte kilómetros). Disfrutamos callejeando por el centro y recorriendo el enorme y pintoresco Monasterio de Santa Catalina, una mini ciudad en la que vivieron las hijas de las familias pudientes que no encontraban casadero y en el que actualmente aún residen unas pocas monjas de clausura. Una vez más, tal y como percibí en el palacio arzobispal de Lima, la Iglesia Católica se reveló contradictoria e injusta, pues las jóvenes monjas que habitaban este lugar podían tener varias muchachas de servicio y cuberterías de oro y plata, por ejemplo.

En esta ciudad sureña no sólo disfrutamos de la arquitectura o las vistas de la sierra, también comprobamos por qué es tan famosa su gastronomía, en la que destaca el rocoto relleno (pimientos picantes rellenos de carne picada y queso). Finalmente, antes de volver hacia Lima, realizamos una cansada excursión de un día hasta el cañón del Colca, una imponente quebrada (la segunda más profunda del mundo y el doble que el cañón del Colorado). Salimos a las 3 am de Arequipa, y después de dormitar un poco en la furgoneta nos despertamos justo cuando pasábamos un alto a casi cinco mil metros de altura. El frío era polar, pero mereció la pena bajarse para tomar unas fotos del amanecer. Antes de llegar al propio cañón se pasa por el valle del Colca (colca significa depósito, y recibe este nombre ya que los pobladores de la zona hacían pequeños agujeros donde guardaban víveres para consumir en caso de necesidad). Este valle está formado de infinitas laderas de intenso verde en la que pastan animales. Y el cénit de la excursión es cuando se llega al cañón y se divisan hacia arriba las altas montañas nevadas y hacia abajo un serpenteante río que desde esas alturas parece un riachuelo. Por si el paisaje no bastara, una familia de cóndores hizo acto de presencia, y varios de ellos sobrevolaron nuestras cabezas de bien cerca.

Después de este buen sabor de boca (en todos los sentidos) que nos dejó Arequipa, volvimos a Lima, donde apenas hicimos escala para ir hacia el norte, en concreto a Trujillo, una ciudad que yo ha había visitado pero que ellos querían conocer. Tras pasar un par de días en esta ciudad colonial volvimos como una peonza a Lima, y allí me despedí de ellos. Pasamos casi diez días juntos, y creo que disfrutaron del país. Aunque no vimos la parte rural, se pudieron llevaron una idea de cómo es el Perú, como mínimo algunas de sus principales ciudades y algún paisaje natural. Yo me volví a quedar solo y recuperé mi dieta de menús baratos y habitaciones compartidas. Antes de salir del país me dio tiempo de visitar el bonito barrio de Barranco (más selecto que Miraflores y donde Vargas Llosa tiene una casa, por cierto), comer ceviche y entrevistar para mi otro blog a una encantadora periodista española. La próxima parada fue Guayaquil, al sur de Ecuador, adonde llegué después viajar durante treinta horas en autocar. Allí me esperaba una segunda visita, la de Sandra, con quien acabaré este viaje sudamericano. Pero lo que vimos en Quito y nuestra entrada a Colombia lo contaré en otro post.


Lo mejor de Lima
Su centro histórico
La catedral y el Palacio del Arzobispado
El palacio presidencial (visitable los sábados)
El tranquilo barrio de Barranco, a orillas del Pacífico
Miraflores
El barrio chino, donde se puede comer muy bien y encontrar de todo
Infinidad de restaurantes de calidad y para todos los bolsillos
Gran red de autobuses y taxis baratos (regateando, evidentemente)
Muy bien conectada con el resto del país y el continente

Lo peor de Lima
La suciedad que hay en casi toda la ciudad
La cantidad de indigentes y sin techo que deambulan por las calles y no reciben ayuda
Algunos barrios son inseguros, sobre todo de noche
Hay mucha contaminación (aérea y acústica) y un tráfico infernal casi permanentemente

Precios de Lima
Una habitación triple en Hotel España: 72 Soles
Una comida para dos a base de ceviche: 60 Soles
Taxi del centro de Lima a Miraflores: 12 Soles
Bus Lima-Ica: 43 Soles
Excursión a las Islas Ballestas: 50 Soles
Bus VIP Lima Trujillo: 80 Soles
Bus Lima Tumbes: 80 Soles
Bus Tumbes Guayaquil (Ecuador): 24 Soles



Lo mejor de Arequipa
Es una bonita ciudad con casas coloniales y una espectacular plaza de Armas
El monasterio de Santa Catalina
La catedral
La cocina de los restaurantes arequipeños
Tiene cerca grande montañas en las que hacer excursiones / ascensiones
La proximidad del cañón del Colca

Lo peor de Arequipa
Las excursiones tienden a ser caras
Fuera del centro histórico la ciudad pierde mucho interés

Precios de Arequipa
Tour Cañón del Colca: 50 Soles
Entrada al Parque Nacional del Colca: 70 Soles
Arequipa-Lima en avión: 74 USD
Comida en restaurante típico: 30 Soles/ persona
Menú en restaurante barato: 6 Soles

24 abril 2012

El Señor de Sipán, Trujillo y la Huaca de la Luna

Después de una primera inmersión en Ecuador tocaba volver al Perú. En la moderna terminal de buses de Guayaquil me despedí de voltala365, ya que ellos empezaban a subir al norte, y yo rehíce el camino que pocos días antes me había traído al sur de este tropical país. Primero un bus me llevó a la frontera con Perú. Por el trayecto, a parte de ver a más de veinte vendedores ambulantes que iban subiendo y bajando del vehículo en marcha (ofrecían desde helados a hamburguesas pasando por zumo de coco o galletas) me impresionó observar las infinitas plantaciones de bananas, de capital extranjero, imagino, que adornan la carretera (más tarde descubrí que Ecuador es el principal exportador de bananas en el mundo). En Tumbes, ya en tierras peruanas, agarré otro bus nocturno hasta Chiclayo, una ciudad bastante fea pero donde se encuentra el fabuloso museo del Señor de Sipán, y donde, evidentemente, descansan los huesos de dicho señor.

El Señor de Sipán
Al hostal llegué justo cuando amanecía, y conseguí una calurosa habitación individual por pocos soles. Salí de nuevo a la calle para observar el trajín matinal de la gente, que bien iba a su trabajo o los más pequeños a la escuela, y después de desayunar algo me dirigí a la cercana población de Lambayaque, donde está el museo del Señor del Sipán. Aunque la entrada era cara, me sorprendió un exposición de tanta calidad. Hay tantos objetos recuperados que se encontraron en la tumba de este gobernante del siglo III que se tarda un par de horas en hacer el recorrido. El plato fuerte es la vitrina en la que se pueden ver los restos momificados del Señor de Sipán, un personaje que en sus días de gloria era el mandamás de la zona (lamento dar una explicación tan plana, pero ni sé mucho de él ni me apetece demasiado explayarme. Para más info, la wikipedia). Y después de tanto esfuerzo intelectual (en este viaje mi cerebro trabaja a medio gas) me corté el pelo y comí de mil maravillas en un restaurante cercano. La tarde la dediqué a pasear por Chiclayo, donde pude ver unos colores de atardecer preciosos. Después de cenar me recluí de nuevo en el hostal, ya que a la mañana siguiente, bien temprano, cogía el bus hacia Trujillo, una de las ciudades coloniales más bonitas del Perú.


El colonialismo de Trujillo, Chan Chan y las Huacas de la Luna y el Sol
Tal y como llegué a Trujillo me instalé en el hospedaje El conde de Arce, a sólo dos calles de la Plaza de Armas. Durante todo el día deambulé sin rumbo fijo por la ciudad, observando las coloridas casas y los enormes ventanales que aún conservan numerosas mansiones coloniales del centro. También me paseé por el mercado central, donde degusté un menú delicioso por apenas 4 soles (algo más de un euro), y luego me retiré a descansar a la habitación. Volví a salir a la calle cuando ya era negra noche, y anduve de nuevo casi por las mismas calles, ya que iluminadas adquieren otro matiz. Acabé cenando en un chifa (restaurante chino) que resultó ser tan grotesco como bueno.

A la mañana siguiente tenía muchas cosas que hacer. Bueno, se reducían básicamente a dos: visitar las ruinas de Chan Chan y la Huaca de la Luna y la del Sol. Como casi siempre me muevo en transporte público y rara vez compro un pack de agencia (que te llevan de un lado a otro como un marqués a precio de conde), me las tuve que apañar para encontrar las combis que me llevaban a Chan Chan, donde llegué cuando aún no eran las 9 am y el sol ya abrasaba. Hice la visita guiada con una canadiense y dos italianos, y a pesar del calor que hacía disfruté recorriendo los laberínticos pasillos y salas delimitadas con paredes de barro de diferentes formas. Aunque sólo se puede ver una minúscula parte de lo que fue un palacio de la época de los Chimú, uno se hace a la idea de cómo sería la ciudad en pleno apogeo y también del trabajo inmenso que les queda a los arqueólogos. Pregunté si estaban avanzando en las excavaciones y me dijeron que sí, aunque durante toda la mañana no vi a ningún Indiana Jones trabajando en los muros.

Volví a Trujillo, donde comí de menú, y por la tarde me acerqué a la Huaca de la Luna y el Sol, que se encontraban en el extremo opuesto de la ciudad. Primero te hacen visitar un museo de nueva construcción que te ayuda a entender cómo vivían y qué valores tenían los Moche, una cultura posterior a los Chimú. Y más tarde puedes visitar los niveles superiores de la huaca de la Luna, una especie de pirámide de cinco niveles cubierta de tierra y polvo. Es impresionante observar las pinturas que se conservan perfectamente gracias a que la estructura fue cubierta de barro y polvo con el paso de los años. Pero tras la visita, desespera constatar que tal y como sucede en Chan Chan aún queda por hacer todo el trabajo de excavación y no ver a nadie manos a la obra. Cualquier arqueólogo firmaría para que le dejaran limpiar poco a poco las dos huacas (la del Sol no se ha excavado ni un nivel) y poder ser el primero en ver las pinturas intactas. Pero bueno, así es el Perú, un país que con excepción del Machu Picchu tiene restos arqueológicos de gran importancia aún por destapar, limpiar, museizar y mostrar. Una lástima.


Lo mejor de Chiclayo (1€=3,3 Soles)
El Museo del Señor del Sipán

Lo peor de Chiclayo
La ciudad es ruidosa, caótica y fea
No hay nada que hacer en ella una vez se ha visitado el museo del Señor de Sipán

Precios de Chiclayo
Una noche de hostal:20 Soles
Menú:4,5 Soles
Bus a Lambayaque:1,5 Soles
Entrada al museo del Señor del Sipán:10 Soles
Corte de pelo con máquina: 3 Soles

Lo mejor de Trujillo
Pasear por el centro, tanto de día como de noche, y apreciar las magníficas fachadas de las casas coloniales
La ciudad de Chan Chan y la Huaca de la Luna (y la del Sol, cuando la empiecen a excavar)
Sus zapatos (tienen fama) y el dulce King Kong

Lo peor de Trujillo
Más allá del centro la ciudad no tiene interés alguno
Los mosquitos

Precios de Trujillo (1€=3,3 soles)
Una noche en el hostal ‘El conde de arce’: 20 soles
Un dulce King Kong pequeño: 1 sol
Un menú completo en el mercado: 6 soles
Bus a Chan Chan: 1,2 soles
Entrada al Museo de Sitio de Chan Chan y al Palacio de barro: 10 soles
Bus a Huaca de la Luna: 1,2 soles
Entrada al Museo y a la Huaca de la Luna: 10 soles
Cenar en un chifa con bebida: 7,5 soles
Bus de Trujillo a Huaraz: 30 soles (empresa Línea, 9 horas)


En busca de las lagunas de Huaraz
Y después de playa, arquitectura colonial y restos arqueológicos tocaba hacer montaña de nuevo. ¡Y qué montaña! Para tal fin me dirigí a Huaraz, la capital del departamento de Áncash. Huaraz, a tres mil metros de altura, es la meca de los montañeros. Hay más de treinta cumbres superiores a los cinco mil y seis mil metros en un radio bastante abarcable. Como llegué muy temprano y bastante cansado, el primer día lo dormité en una calentita cama en el más que limpio Aldo's Guesthouse. Por la tarde salí a pasear por la ciudad, y diez minutos fueron suficientes para comprobar que ni la plaza de armas es bonita. Me sorprendió la cantidad de locales 'Tragamonedas' que hay, que funcionan casi todo el día. Aproveché también para consultar en varias agencias de turísticas presupuestos de trekkings. Esto último fue contraproducente, ya que todo lo que me ofrecían era muy seductor a la par que caro. Que si tres días de trekking por aquí, que si escalar una montaña de más de seis mil metros...nada apto para mi pobre presupuesto. Así que después de conversar con unas francesas de mi hostal decidí hacer un par de excursiones por mi cuenta; más barato, imposible.

El primer día a las seis de la mañana ya me encontraba apretujado en una pequeña combi camino de Yungay, un pueblecito donde debía tomar otro bus que me llevaría donde nace el sendero a la laguna 69. Sí, no me he equivocado, la laguna se llama y aún no sé por qué. Bueno, pues perdí el enlace de bus y tuve que esperar al siguiente. Y no hay mal que por bien no venga, ya que gracias a esta espera conocí un chaval muy majo que me ayudó a regatear el precio del siguiente tramo. Nos sentamos juntos y conversamos un buen rato. Era un chico la mar de simpático, pero el hedor que proferían sus axilas era digno de récord. De hecho, creo que yo (modestia a parte) era el único de ese bus no olía mal; o como mínimo, tan mal.

Volvamos al bus. Tras hablar un rato con este chico me dijo sorprendido que yo hablaba bien el español. Se quedó de cuadros al saber que venía de Barcelona. Más tarde me ayudó a agazaparme cuando la vigilante del parque de Huascarán subió al bus en búsqueda de turistas (que deben pagar 5 soles para entrar), y después me indicó donde debía apearme. Una vez en el camino, empecé a sudar tinta en pocos minutos. A más de cuatro mil metros cada paso cuenta por dos, ¡y más en subida! Por suerte, el paisaje que se ve por el camino es de postal, y no encontrarse a NADIE ayuda a sentirse a solas con la naturaleza. No soy nada amante de teorías zen o filonaturistas, pero cierto es que me encontré francamente bien en aquel inmenso valle. En 1hora 45' llegué a la ansiada Laguna 69, donde comprobé que tanto esfuerzo mereció la pena. El color turquesa del agua contrasta con las montañas marrones y la nieve perpetua que cubren los picos que la rodean, que se encuentran a más de 6.000 metros. Allí mismo comí gran parte de la cena del chifa que me había sobrado la noche anterior y alguna fruta, y como el frío apretaba emprendí bajo una tímida lluvia el regreso. Al volver al camino principal anduve unos kilómetros extra para observar dos lagunas más, las Llanganuco, que salen en todas las postales del Perú. Lamentablemente, como el día ya era totalmente gris, el color verdoso y azul transparente del agua brillaba por su ausencia. Cansado y muy sucio me senté al margen del camino a esperar a la primera combi que fuera hacia Yungay, y una vez allí volví a Huaraz.

El segundo día no me pude levantar tan temprano porque la excursión del día anterior me dejó KO. En esta ocasión, me dirigí a la laguna Churup. Busqué las combis que llevaban al pueblo más cercano, Llupa, y antes de dar con ellas metí una pierna entera en una cloaca. La parte positiva es que estaba vacía y no me manché. La negativa es que me salieron un par de moratones en el muslo y rompí un poco los pantalones. Ya en Llupa agarré el sendero no señalizado dirección a la laguna. El primer tramo discurre entre casas modestas de agricultores de la zona, que me recordaron a los pueblos de Galicia o el Bierzo de hace muchos años. La estampa parecía sacada de una película estilo La escopeta nacional, ya que me cruzaba a cada rato con ancianas ataviadas con sus ropas tradicionales y cargadas hasta las cejas de leña o hierbas, así como rebaños de ovejas o cerditos que campaban a sus anchas. En un prado vi a unos diez cerditos acabados de nacer y les tiré unas fotos. ¡En eso que llegó la dueña y me pidió unos cuantos soles por haber fotografiado a sus cerdos! Ante mi negativa, argumentó que si no le daba dinero, morirían. Le dije un par de improperios, y un poco más malhumorado que antes emprendí el camino hacia la laguna. El último tramo fue francamente duro. El sendero desaparece, hay que subir por escarpadas rocas y evitar charcos y riachuelos. Tuve que parar cada veinte metros, pues me faltaba el oxigeno en los pulmones. Y cuando ya casi estaba llegando: el plato fuerte del día. Una cascada preciosa se había comido el camino. Al final descubrí que se podía ascender por las rocas y que en algunos tramos habían colocado cables de acero para poder salvar las distancias. El problema principal es que las rocas están húmedas y en los peores casos mojadas, y cada resbalón puede suponer caer de una altura considerable. Finalmente hice este tramo rápido y sin mirar abajo, y a los pocos minutos pude contemplar la preciosidad de la laguna Churup. Arriba hacía frío, ya que había bancos de niebla y el viento era gélido, así que comí rápido y me puse de nuevo en marcha. La bajada por la cascada fue aún peor que la subida, y varios resbalones me propiciaron algún que otro costalazo contra las rocas. Por fortuna llegué entero al sendero y pude volver a caminar como el homo erectus hasta el pueblo. Pero faltaba una sorpresa final. Debido a la cantidad de comida variopinta que como por estas tierras (no puedo dejar de comprar todo lo que me ofrecen por la calle), mi barriga me dio un ultimátum y tuve que ofrecer parte de mi ser a la Pachamama, aunque no sé si le gustó el regalo. Un poquito más ligero llegué a Llupa, donde encontré rápidamente otra combi y volví dando trompicones hasta Huaraz. Y hasta aquí mis pobres aventuras en Huaraz. La próxima vez que vuelva por estos lares espero tener la cartera repleta de soles y hacer algún trekking o cima en condiciones.

Lo mejor de Huaraz
El enclave donde se encuentra situada
La multitud de excursiones para todos los bolsillos que se pueden hacer en un día (o varios)
Hay gran variedad de restaurantes peruanos y chifas a buen precio

Lo peor de Huaraz
No es una ciudad bonita
Hay demasiado buscavidas que se aprovechan de los gringos que vienen aquí
Hace mucho frío, sobre todo por la noche

Precios de Huaraz (1€=3,3 soles)
Una noche en Aldo’s Guesthouse: 15 soles
Combi a Yungay: 5 soles
Combi de Yungay al inicio del sendero de la Laguna 69: 10 soles (suelen cobrar más)
Entrada de un día al parque Huascarán: 5 soles
Menú completo de mediodía o noche: 6 soles
Cena en un chifa sin bebida: 7 soles
Combi hasta Llupa para visitar la laguna Churup: 3 soles
Bus de Huaraz a Lima: 35 soles (empresa Cial, 8 horas)