31 octubre 2011

El churrasco ganó al Pantanal

“¿Y por qué no nos plantamos mañana por la mañana en Asunción y damos un paseo por Paraguay?” Nos preguntamos Guillem y yo en la estación de autobuses de Campo Grande después de decidir que no haríamos un tour por el Pantanal debido a su alto coste. Esas dudas, esos pequeños e ínfimos problemas son los que uno tiene la suerte de sufrir cuando está de viaje. Reflexionamos sobre lo afortunados que éramos de poder estar debatiendo si tomar un bus a Asunción o uno a Foz, con la que está cayendo en España, y finalmente compramos un pasaje para salir a las 5 de la mañana del día siguiente al país de Larissa Riquelme. Antes, sin embargo, teníamos toda la tarde y noche por delante en Campo Grande, una ciudad bastante civilizada pero sin grandes atractivos.

Conseguimos contactar por mail con un couchsurfer, Joel, que si bien no nos podía ofrecer un sofá, nos llevaría de cena con sus amigos; más que suficiente. Una chica joven naife y guapa a partes iguales, Ana, nos dejó llamar desde su teléfono para arreglar la cita con él. Ana es de padre chileno, madre brasileña y ha vivido varios años en Japón. Tiene sólo 16 años, pero es una persona muy interesante, aunque a veces diga frases sin sentido aparente. La conocimos porque es la encargada de cobrar a los usuarios de internet de la terminal de autobús. Con Joel quedamos que nos pasaría a recoger por la estación a las 20 horas, aunque llegó, como es preceptivo en Brasil, veinte minutos tarde. Este joven y dicharachero periodista de formación fue toda una caja de sorpresas. Con el paso de las horas descubrimos que está separado, tiene un hijo que vive con la ex en Sao Paulo y trabaja en el negocio familiar, una ferretería, ya que como periodista “es imposible ganarse bien la vida”, nos dijo (me suena esta historia). Primero nos llevó a un supermercado a comprar carne. Como Homer Simpson, disfruté viendo estanterías larguísimas repletas de todo tipo de carnes envasadas al vacío. Compramos un par de paquetes y varias cervezas y nos dirigimos a casa de Vanesa, una amiga de Joel que estaba celebrando el cumpleaños de varios compañeros de su trabajo; en concreto los nacidos entre julio y septiembre. La cosa pintaba bien: carne, cerveza y gente joven con quien hablar o escuchar música. Y la verdad es que resultó ser una agradable velada. Hablamos con varios brasileños acerca de su país, de la región de Mato Grosso do Sul y, evidentemente, de fútbol, mientras el padre de la anfitriona, que era igualito al protagonista de Delicatessen, se encargaba de asar la carne. Probamos varios tipos, todas ellas muy sabrosas, y cuando el personal ya se había ido, nos mudamos a casa de Ana, que vive con su hermana y su sobrina. Allí continuamos de cháchara y probamos el tereré, una especie de mate argentino pero frío que se bebe en grupo. Eran ya pasadas las dos de la madrugada cuando Joel nos dejó en la estación de autobuses. Estuvimos pocas horas con él, pero la verdad es que nos costó decirle adiós. No sólo por su generosidad, sino también porque se reveló un tipo muy interesante, culto y gracioso. Espero que cuando visite Europa pase por Barcelona.

De vuelta a los bancos de la estación nos cruzamos con una señora mayor que estaba como una regadera. Nunca supimos su nombre, pero de lejos parecía una afable anciana. Nos había preguntado por la tarde (doce horas antes) de dónde éramos y adónde íbamos, e inmediatamente después quiso saber qué pensábamos del milagro de Lourdes. En ese momento vimos que alguna cosa fallaba en su azotea. Nos sorprendió encontrarla de nuevo de madrugada, deambulando por la estación como si estuviera buscando el bus que la tiene que sacar de Campo Grande. Y nos violentó un poco que, como ya hizo por la tarde, nos siguiera a todas partes y se sentara siempre a nuestro lado. Por suerte resulto ser inofensiva. Imagino que ahora mismo estará de nuevo paseando por la rodoviaria como si fuera una viajera más.

Después de este gracioso reencuentro nos acicalamos, dormitamos, leímos y esperamos a que llegara el bus procedente de Brasilia que nos tenía que llevar a Asunción. Y con tres horas de retraso emprendimos nuestro primer viaje a Paraguay. Próxima parada: Asunción.

29 octubre 2011

Brasilia, una ciudad de diseño no apta para peatones

Los mismos ciudadanos de Brasilia se sorprendían que fuéramos a visitar su ciudad. La opinión de todos los brasileños con los que nos cruzamos fue unánime: es una ciudad que no merece la pena. Nosotros, en cambio, teníamos ganas de pisar la urbe que se inventaron hace algo más de cincuenta años el arquitecto Oscar Niemeyer y el urbanista Lucio Costa. No sólo queríamos visitar el parlamento brasileño, en el imaginario colectivo de todos, sino también queríamos saber cómo se vive en una gran ciudad creada en 41 meses donde antes sólo había tierra y matorrales.
Llegamos a la capital a media tarde y bastante cansados. No habíamos tenido suerte con la gente del couchsurfing (todo el mundo tenía mucho trabajo o gente de visita en casa) y la ciudad carece de alojamientos de bajo presupuesto. Esto, unido al frío y mal tiempo que nos seguía, hizo que decidiéramos comprar un billete para la noche siguiente con destino a Campo Grande. Así pues, dormiríamos en la moderna estación de autobuses.

Dejamos las maletas en la consigna más cara del país y cogimos el metro hasta el centro, donde hicimos un safari fotográfico nocturno. Brasilia tiene forma de avión, y en el fuselaje es donde se construyeron los edificios de negocios, hoteles y sobre todo los edificios gubernamentales. La cabina del avión es la plaza de los tres poderes. Allí se haya el Tribunal Federal Supremo (Justicia), el Palacio de Planalto (del Ejecutivo) y el Parlamento (Congreso y Senado). Antes de llegar a esta plaza se encuentran a ambos lados de la gran avenida los bloques (todos iguales) que albergan los ministerios.
Disfrutamos con la buena iluminación nocturna de la ciudad. De noche destacan el Parlamento, el ministerio de Asuntos Exteriores (Itamaraty) y sobre todo el Palacio Planalto. En los edificios más importantes de la ciudad el color predominante (y único) es el blanco, una decisión que encaja perfectamente que la sobriedad de formas. Y después de una buena caminata y muchas fotos decidimos comer unos pinchos callejeros y volver a la estación. Allí compartimos noche y frío con algunos pasajeros y mendigos.

A la mañana siguiente me costó encontrar a Guillem, que metido en su saco de dormir se había escondido debajo de un banco para dormir. Nos aseamos como pudimos y volvimos al centro de la ciudad. Después de desayunar en la estación central tomamos rumbo hacia la cola del avión, una parte de la ciudad que no habíamos visto la noche anterior. Llegamos hasta el monumento que la ciudad le rindió al ex presidente Juscelino Kubitschek, el político que impulsó finalmente la construcción de Brasilia (aunque la idea inicial de una gran capital data de 1823. Deshicimos nuestros pasos bajo un cielo gris hasta la antena de televisión, donde se puede subir en ascensor gratis. A 70 metros se tiene una perspectiva mejor de la ciudad, pero no suficiente como para poder observar la forma de avión que tiene. Proseguimos el larguísimo paseo hacia la cabina y llegamos hasta el palacio presidencial, llamado Alvorada, donde reside actualmente Dilma Roussef. Dista varios kilómetros del centro, y durante todo el trayecto fuimos los únicos peatones que se dirigieron allí. Un par de pájaros nos intentaron atacar al mejor estilo Hitchcok, pero conseguimos zafarnos de ellos y llegar a la residencia presidencial sin rasguños. El edificio es igual que el palacio Planalto (ejecutivo), aunque sólo se puede ver de lejos, ya que un campo de césped de más de 100 metros hace de barrera entre los turistas y el edificio. De nuevo en el centro, adonde llegamos con un bus, pudimos visitar el Congreso y el Senado gratis y también la catedral metropolitana, única en su especie.

A pesar de que Brasilia es una ciudad inabarcable a pie y de que el tiempo fue mucho peor que en otras partes de Brasil, nos gustó que mantenga un aspecto contradictorio entre moderno (¡aún!) y vintage. Además, la visita nos sirvió para descubrir que aunque la fama se la llevó Niemeyer, el arquitecto principal, el mérito de la organización urbana (y la culpa de que se necesite coche) fue de Lucio Costa. Y ya con el tiempo encima volvimos a la rodoviaria, donde subimos a un autobús que nos llevó en 18 horitas a Campo Grande, la capital de Mato Grosso do Sul.


Lo mejor de Brasilia:
Visitar una ciudad con forma de avión que fue levantada en medio de la nada en menos de 5 años.
Fotografiar numerosos edificios marca Niemeyer, tanto de día como de noche.
Es ordenada, limpia y su población bastante educada.
Tiene una buena red de autobuses y una sola pero eficiente línea de metro.
La visita al Senado y el Congreso de los Diputados es gratuita (hay una cada media hora).
También se puede subir gratis a la torre de Tv (70 metros).

Lo peor de Brasilia:
Es una ciudad pensada sólo para los coches.
No hay alojamientos para mochileros, y todos los precios están inflados.
No hay apenas oferta de restauración (y menos barata).
Es agotador visitar la ciudad a pie.
Es una ciudad sin alma ni barrios por los que callejear.

Precios de Brasilia: (1€ = 2,4 Rs)
Una noche en el único albergue juvenil de la ciudad: 45 Rs (no llegamos a ir porque está en el quinto pino).
Una pasta y un café en la estación central de metro: 1,5 Rs
Billete sencillo de metro / bus: 3 Rs / 2,5 Rs
Consigna: 7 Rs / 8 horas

26 octubre 2011

En la tierra de diamantes

Hasta Salvador más o menos todo nos había salido a pedir de boca, cuanto al transporte se refiere. Pero la suerte no dura siempre, sobre todo si haces el idiota. Nos plantamos en la rodoviaria (estación de autobuses) de Salvador de Bahía sobre las 22 horas. El bus a Lençois, pueblo de referencia para visitar la Chapada Diamantania, salía a las 23 horas, pero habíamos comprobado por internet ese mediodía que había plazas de sobras. Aún recuerdo la cara de tontos que se nos quedó a Guillem y a mí cuando el tipo de la ventanilla nos comunicó con toda la tranquilidad del mundo que no quedaban billetes y que teníamos que esperar a la mañana siguiente. Tras encajar el golpe, nos instalamos como pudimos en unos incómodos bancos, donde conseguimos dormir a ratos. En apenas siete horas llegamos a Lençois, una bonita y tranquila población atravesada por un riachuelo. Caía un sol de justicia, y nada más poner los pies en tierra nos rodearon varios chicos para colocarnos un pack turístico o una pousada. Nos fuimos al albergue Hostelling Internacional, y luego buscamos presupuestos para ir de excursión al día siguiente. Perdimos la tarde comparando precios, pero al final (y después de regatear) encontramos un guía que nos llevaría todo el día por la zona por 85 Rs. La mañana siguiente amaneció gris y con lluvia; el peor panorama para ir arriba y abajo. Y fue una lástima, ya que la misma excursión con buen tiempo te permite hacer mil cosas más que no hicimos, como pegarte un chapuzón en los ríos.

Chapada Diamantina es una región convertida en parque natural que se encuentra a unos 420 kilómetros en el interior de Bahía. Recibe este nombre ya que fue durante muchos años una fuente inestimable de minerales y diamantes que acabaron, como suele ser habitual, en los mercados europeos. Visitamos primero Lapa Doce, una gruta muy grande que tenía, como todas, estalactitas y estalagmitas a las que el público le pone nombres. Que si el mamut, que si el calamar, que si el champiñón…yo, en cambio, sólo veía falos. Después nos llevaron a una cueva de agua azul. El sitio es precioso, pero lo es aún más cuando el sol ilumina directamente el agua y la dota de múltiples tonalidades. Cerca de esta cueva había otra (estaban comunicadas bajo tierra) que terminaba en una gran piscina al aire libre en la que te podías bañar. El tiempo, sin embargo, se encargó de quitarnos las ganas. La tercera parada que hicimos fue a una montaña llana en la superficie llamada Pai Inácio (Padre Ignacio), la típica estampa de la región. El cielo continuaba encapotado, pero aun así pudimos disfrutar de las vistas y del carácter lunar que tenía la cima. Hago un inciso para explicar la interesante historia acerca de este tal Ignacio. Cuenta la leyenda que un fuerte esclavo negro encargado de fecundar a las esclavas (un semental) se enamoró de la mujer de un coronel. Al ser descubierto huyó a esta montaña, donde fue rodeado para darle muerte. Él se tiró al vació y sobrevivió, ya que cayó en un saliente de la montaña. Les robó un caballo a los soldados que acompañaban el coronel y se fugó con la mujer de éste. Se sobrentiende que a partir de ese día sólo se encargó de fecundar a una mujer. ¡Eso es amor y lo demás tonterías!

Y volviendo al tour, la última parada que hicimos fue en una preciosa cascada bautizada como la del Diablo, donde me hubiera gustado bañarme si hubiera salido el sol. Antes de llegar a ella, Marquinhos, nuestro guía, nos advirtió mientras andábamos por el sotobosque que anduviéramos con cuidado con las serpientes, puesto que a él ya le habían picado cinco veces. Ese tipo de consejos son los que diferencian un paseo por la montaña en Europa con uno en América. Después de contemplar un rato la cascada y de tomar las fotos de guiri de rigor pusimos rumbo a Lençois, donde cenamos en una minúscula tasca regentada por una encantadora mujer que nos preparó una cena buenísima. Los ingredientes, sin embargo, los de siempre: ensalada, arroz, carne y pollo. Esa misma noche tomamos un bus nocturno dirección a Brasilia, donde llegamos 17 horas más tarde tras haber hecho escala en la sórdida y plagada de bichos estación de Seabra. En ese momento no éramos conscientes de que empezábamos un récord de no-duchas y no-camas. Pero eso, como se dice en Catalunya, ‘són figues d’un altre paner’.


Lo mejor de Chapada Diamantina:
Los paisajes
Las diferentes actividades que puedes hacer si tienes dinero
Una infraestructura turística suficiente si aglomeraciones (como mínimo en octubre)
Pueblos bonitos y apacibles como Lençois
De fácil acceso desde Salvador de Bahía.

Lo peor de Chapada Diamantina:
Se necesita un tour de dos o tres días para ver bien la Chapada, lo que hace subir el precio de la salida.
Los guías no bajan mucho los precios de las excursiones aun ser temporada baja
Es difícil pasear con tranquilidad por Lençois sin que te ofrezcan nada.

Precios de Chapada Diamantina (1€ = 2,4 Rs)
Noche en Hostal HI: 25 Rs
Tour de un día por la Chapada: 85 Rs (tasas de las grutas incluidas)
Prato feito (menú): 7 Rs
Acarajé: 3 Rs (aunque a vimos que a los locales les cobraban 2 Rs).

24 octubre 2011

Salvador de Bahía, la ciudad del ritmo

Le tenía muchas ganas a Salvador de Bahía. De hecho, era la primera ciudad de Brasil que iba a visitar antes de que se apuntara Guillem al recorrido y tuviera que cambiar los planes y empezar por Manaos. A parte de Rio, creo que para el extranjero es una de las ciudades que mejor representa este multiétnico país. Salvador fue durante unos años la capital de Brasil, antes que Rio y Brasilia, concretamente hasta 1763, por lo que conserva un buen número de edificios señoriales. Pero lo que le da riqueza a la ciudad es su gente. Ésta fue la entrada de miles de esclavos provenientes de África que tenían por misión remplazar a una diezmada población indígena en los trabajos del campo, y por ello el continente negro está presente en esta ciudad como en ninguna otra, empezando por la gastronomía, continuando por la religión y acabando por la música. Salvador es una ciudad muy extensa, de cerca de cuatro millones de personas. Tiene barrios de bien y, evidentemente, favelas. Nosotros nos alojamos en el Pelourinho, que es un precioso casco antiguo formado a base de casas de colores vistosos. Este pequeño barrio fue declarado Patrimonio Cultural de la Unesco en 1985 y fue el lugar que eligió Michael Jackson para grabar el videoclip de la canción They don’t care about us.

Después de deambular un poco por las adoquinadas calles, elegimos el hostal Galería 13, uno de los mejores sitios en los que he estado de Brasil. Aunque la habitación compartida había diez camas y un solo baño, el hostal estaba francamente bien. Tenía una sala con sofás marroquíes para poder ver películas, una minúscula piscina y un desayuno muy completo hasta mediodía. Además, el personal resultó ser muy atento, sobre todo el dueño, Paul, un inglés que había vivido un par de años en Barcelona y Valencia.

El primer día lo dedicamos a meditar y descansar, ya que las 17 horas de viaje en el bus del infierno, de la compañía TransBrasil, nos había dejado exhaustos. Pero por la tarde salimos a comer y dar un paseo. Tomamos el clásico Prato Feito de 7 reales en un bar de currantes mientras por televisión un periodista entrevistaba a dos acusados de robo que iban esposados. El espacio se enmarcaba en un programa muy educativo que sólo mostraba asesinatos, robos y sucesos del estilo. Exceptuando los informativos, la televisión de este país da bastante pena. Por la noche nos metimos en un concierto de samba gratuito y alucinamos con el ritmo que tenían no sólo los músicos sino también el público. Llevo ya unas cuantas semanas en Brasil, pero aún hoy sonrío cuando veo a una mujer mayor calzando unas chanclas Havaianas y moviendo el cuerpo al compás de la música.

El segundo día nos dimos un buen tute. Por la mañana visitamos la basílica de Bonfim, donde los devotos llevan fotos de las partes del cuerpo que el santo ha curado o un certificado de que aprobaron un curso de idiomas o la carrera. Todas las réplicas o fotos las exponen en una habitación de lo más freak, digna de una película estilo Rec. Paseamos por una playa muy auténtica, en el barrio de Ribeira, y luego nos desplazamos a otra más fashion: la Barra. En ésta abundaban los surferos cachas y las mulatas de cuerpo de vértigo. Al volver al hostal nos emborrachamos como dos adolescentes durante la happy hour de caipirinhas (eran gratis) y salimos con otros huéspedes a un concierto de reagge. Acabamos en un local muy genuino llamado Galicia, al que volvimos al día siguiente. En el Galicia nos deleitamos viendo como las chicas culonas arrimaban el culo a los chicos, y lamentamos, una vez más, no tener el cuerpo ni ritmo de los brasileños que corrían por el bar. El Galicia, aún ser un auténtico antro, tiene músicos en directo, y debido a su reducido tamaño obliga a que la mayoría de los clientes se (nos) queden (quedemos) en la calle. Los otros días que estuvimos por la Salvador nos permitió conocer más a fondo la ciudad (visitamos, por ejemplo, la fantástica iglesia de San Francisco) y saborear algunos platos típicos como el acarajé. El acarajé es un buñuelo hecho con harina de alubias y frita en aceite de palma (dendê). Una vez cocinado lo abren y lo rellenan de una pasta llamada vatapà (pan, anacardos y dendeê). Suena muy sabroso y exótico, pero le doy sólo un aprobado, ya que aunque no está mal es un poco grasienta e insulso.

De Salvador me gustó el ritmo que gasta la ciudad (aunque es el peor lugar del mundo donde amanecer con resaca); los personajes curiosos que deambulan por Pelourinho (que me recuerdan los que habitan en las Ramblas de Barcelona); una decadencia bien llevada así como los kilómetros de playa que tiene. La parte negativa es que no pudimos pasear con tranquilidad ya que en todos los lugares la gente nos advertía “no te metas por esa calle que es peligrosa”, aún a plena luz del día. Ni nos atracaron ni robaron, pero cierto es que nos comentaron muchos casos de violencia callejera, lo que nos obligó a ir con lo mínimo en el bolsillo cuando salíamos de noche. Me hubiera encantado deambular por las calles de las barriadas menos turísticas, como suelo hacer en las ciudades que visito, pero la paranoia que tienen con los atracadores aquí se contagia con facilidad. Desgraciadamente, tampoco pude asistir a una rueda en condiciones de capoeria ni a una celebración de candomblé. Pero no me preocupa en exceso ya que sé que Salvador de Bahía es una ciudad a la que volveré.

Acabaré la entrada haciéndome eco de algunos artistas locales. Apenas he empezado a leer un libro de él, pero todo el mundo dice que Jorge Amado es el García Márquez de la literatura brasileña. Guillem me ha prometido dejar “Gabriela, clavo y canela” cuando lo termine. Y cuanto a la música, dos canciones de bahianos de renombre: Carlinhos Brown y Caetano Veloso. Dos estilos muy diferentes pero 100% brasileños, un claro ejemplo de lo variado y rico que es este país.

Ja séi namorar (Tribalistas)

Você è linda (C. Veloso)


Pd. Una de las películas que vimos este verano pasado con Papá, Patri y Aarón en el ciclo de cine latinoamericano es El milagro de Candeal, un trabajo de Fernando Trueba que transmite cómo viven la música los habitantes de Salvador de Bahía.


Lo mejor de Salvador de Bahía:

El ritmo que se respira en las calles
La cantidad de conciertos y espectáculos gratuitos que se organizan a diario
Gastronomía variada y con raíces africanas
Barrios como Ribeira, la Barra, el Carmo y sobre todo Pelourinho
Muchas visitas / pueblos interesantes a visitar que están muy cerca
Las vistas que tiene de la gigante Bahía de todos los Santos
El elevador Lacerda

Lo peor de Salvador de Bahía:

Sensación de inseguridad constante en algunos barrios
La suciedad y decadencia de zonas concretas
Puntos de interés muy distantes entre sí


Precios de Salvador de Bahía: (1€ = 2,4 Rs)

Hostal Galería 13: 27 Rs la noche
Bus urbano 3 Rs
Una sopa 2,5 Rs
Acarajé 5 Rs
Pincho de carne 2,5 Rs

16 octubre 2011

Olinda, la ciudad que hace honor a su nombre

“Oh linda” sería lo que exclamó el donante de las tierras donde se iba a construir un pueblo que se acabó llamando Olinda, en la costa pernambucana y a tiro de piedra de la capital del estado, Recife. Pero como pasa con este tipo de historias, no se sabe a ciencia cierta si es verdad o una leyenda. De todas formas, Olinda es una preciosa ciudad colonial que fue declarada Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1982. Fue quemada por los portugueses en el siglo XVII y actualmente organiza uno de los mejores carnavales del país. Nos dirigimos allí desde Canoa Quebrada ya que nos pareció una buena parada de camino a Salvador. En Recife, adonde llegamos después de un trayecto nocturno en bus, apenas pusimos los pies. ¿Los motivos? Está considerada la ciudad más peligrosa de Brasil y sus playas están infestadas de tiburones.

Elegimos el Youth Hostel de la ciudad ya que las zonas comunitarias eran más que decentes, estaba bien comunicado y tenía piscina, un lujo que se agradece mucho en estas latitudes. Lo mejor que se puede hacer en Olinda, y lo que acabamos haciendo, es pasear sin rumbo por las adoquinadas y empinadas calles y tomarte una cerveza en cualquier terraza. Desde lo alto del cerro se puede divisar el mar y también el skyline de Recife, y si consigues llegar al mirador cuando anochece la imagen es de postal. Compartimos habitación con Ed, un tipo peculiar de unos cuarenta años que trabaja como funcionario en Rio. Se sabía de memoria todas las playas nudistas del nordeste de Brasil, aunque, sin embargo, su sexualidad no parecía estar definida del todo. Con él y con los cangrejos (Amaya y Diego) fuimos a cenar una deliciosa tapioca (especie de crêpe) de carne y volvimos paseando al hostal. El segundo día nos encontramos con una fiesta de criança (niños) en una plaza, lo que se traduce en decenas de escolares de diferentes escuelas públicas de Recife bailando y cantando al tiempo que los bomberos los refrescaban con sus mangueras -¡de agua!-. Fue curioso constatar, una vez más, como desde la infancia el ritmo musical circula por la venas de los brasileños.


Porto de Galinhas

Antes de llegar a Salvador queríamos despedirnos de la costa haciendo una parada intermedia entre Recife y Salvador. Todas la playas y pueblos que vienen en la guía tenían buena pinta, aunque, evidentemente, si salen en la Lonely Planet están infectados de turistas como nosotros. Finalmente fuimos a Porto de Galinhas, “un paraíso en la tierra”, en palabras de Ed. Porto de Galinhas recibe este nombre porque es donde desembarcaban los navíos que traían esclavos desde África escondidos entre cajas de gallinas, una vez se abolió la esclavitud en Brasil. A parte de este estremecedor nombre, el pueblo es una auténtica bazofia. La playa es de lo más normal, pero lo que da valor a este enclave son los arrecifes que quedan al descubierto cuando baja la marea. Cada día el agua se retira una horas y las rocas que quedan al descubierto forman pequeñas piscinas en las que te puedes bañar acompañado de peces de colores. Elegimos el peor día para ir a Porto, ya que era fiesta nacional y estaba lleno de familias con parasoles, sillas y suegras incluidas, pero el chapuzón mereció la pena. Después de tanta ciudad media colonial y tanta playa toca un poco de mestizaje y la primera gran ciudad del viaje. Próxima parada: Salvador de Bahía.


Lo mejor de Olinda:

La tranquilidad que se respira en toda la ciudad
Bonitas casas coloniales restauradas
Su carnaval

Lo peor de Olinda:

No da para más de dos días
Tienes que pasar por Recife para llegar

Precios:

Una noche en habitación compartida con carnet de HI: 30 Rs
Menú del día: 6 Rs
Tapioca (5 Rs)
Bus urbano: 3 Rs
Metro de Recife: 1 Rs

(1 euro = 2,4 Rs)

Lo mejor de Porto de Galinhas:

Las 'piscinas' naturales en el mar cuando hay marea baja (su único atractivo)
Buena oferta de alojamiento y restauración

Lo peor de Porto de Galinhas:

El pueblo es muy desagradable y feo
Cantidades ingentes de turistas
Sólo está bien comunicado con Recife (a dos horas en autobús)

Precios:

Una noche en dormitorio compartido en el dejado hostal La Rocca: 25 Rs
Cena a base de pinchos de carne y cervezas: 8 Rs
Una tapioca de 4 Rs.
Bus de Recife a Porto de Galinhas: 5 Rs

09 octubre 2011

Canoa Quebrada: sigue rascando

Tarde. Llegamos diez años tarde a Canoa Quebrada. Salimos de Jericoacoara impresionados por el paisaje pero decepcionados por la prostitución a la que se ha sometido el pueblo en favor del turismo, y nos dirigimos a Canoa Quebrada para encontrar esa esencia pesquera y playas rojizas de las que tanto habíamos leído. Y llegamos tarde, concretamente diez años tarde. Eso es lo que nos dijo Paulo, el panzudo y simpático dueño de la encantadora pousada Castelo, donde nos alojamos, y a quien llamamos, cariñosamente, Gordão.

Canoa fue no hace mucho un humilde pueblo de pescadores, pero tras descubrirlo algunos hippies europeos y también brasileños se ha transformado en un enclave turístico. El nombre de su calle principal (o el nuevo nombre) ya lo dice todo: Broadway. A diferencia de Jeri, es un pueblo un poco más grande, así que resulta agradable pasear por la calles que no son Broadway. De hecho, basta alejarse una o dos travesías una cálida noche para comprobar cómo la gente que ya estaba aquí antes de que llegáramos nosotros sin dinero y los kitsurfistas con sus músculos hace vida en la calle. Un barbero que a las diez de la noche aún corta el pelo; un hombre mayor que canturrea una canción estirado plácidamente en su hamaca; un corro de señoras que comentan a las puertas de sus casas cómo les ha ido el día o una amable anciana que vende bocadillos con su mini puesto ambulante de comida rápida son algunas de las escenas que te puedes encontrar y que merecen la pena. Las casas, casi siempre con la puerta abierta de par en par, te permiten entrar en la intimidad familiar desde la arenosa calle y observar cómo en las paredes de ladrillo del comedor sólo hay colgadas un par de fotos de la boda de los hijos y un crucifijo. Los sofás se suplen con hamacas, y el único lujo que trasciende es una televisión conectada al mundo a través de una descomunal parabólica instalada en el tejado.

Pousada Castelo, que elegimos básicamente por su buen precio, se ha revelado un lugar magnífico donde descansar, cocinar tu propia comida y conectarse a internet. Hay pocos huéspedes, pero la belleza de la chica que limpia las habitaciones y la simpatía de Gordão, siempre a barriga desnuda, son más que gratificantes. En Canoa poca cosa hemos hecho mas que descansar. Un día lo dedicamos a pasear por su larga playa. Aprovechamos para remojarnos en unas piscinas naturales que se crean cuando baja la marea; vimos a los kitesurfistas surcar las olas; devoramos con los ojos los magníficos platos de pescado que comían los turistas pudientes a pie de agua y fotografiamos el atardecer. El pueblo también tiene una duna, no tan bonita como la de Jeri, desde donde se puede contemplar el ocaso, siempre bonito por estas latitudes.

Con los cangrejos de Logroño (Amaya y Diego) también paseamos por Broadway -donde hay el mismo perfil de turista que en cualquier calle del Gòtic de Barcelona- y por las demás callejuelas del pueblo. Tomamos unas buenas y económicas caipirinhas a ritmo de blues -hemos coincidido con el Festival de Blues Canoa Quebrada- y también hemos disfrutado de la buena y barata comida del restaurante Kika. La dueña, que no ha aparecido en ninguna película de Almodóvar aunque haya hecho méritos suficientes, siempre nos ha invitado a café, y hoy volveremos allí para despedirnos de ella. Por la noche tomaremos un autobús dirección a Natal, y ya tenemos a mano los abrigos y los calcetines que nos ayudarán a soportar el fuerte aire acondicionado con el que inexplicablemente castigan a los pasajeros. Por el camino decidiremos si nos quedamos en Natal o si intentamos encontrar, por fin, un pueblecito que aún mantenga su esencia pesquera. Lo que está claro a estas alturas es que el pueblo que buscamos no aparece en nuestra guía Lonely Planet. Pocas paradas nos quedan ya antes de devorar Salvador de Bahía y encumbrarnos como profesionales del capoeria o la samba.

PD. Más fotos en el álbum Picasa, en la columna derecha de este blog.

Lo mejor de Canoa Quebrada:

El contraste rojizo de las paredes de tierra que dan a sus kilométricas playas
Las “piscinas” naturales que se crean cuando baja la marea
Callejear de noche por las calles del pueblo
Las vistas a la playa desde la Pousada Castelo
Precios económicos para comer en restaurantes como el de Kika

Lo peor de Canoa Quebrada:

La calle de Broadway, sobre todo de noche
Las actividades turísticas que te intenan vender por la calle (paseo en buggy, salto en tirolina, paseo en xangada etc).

Precios:

Comida con zumo natural en restaurante Kika: 7 Rs
Una habitación doble en la Pousada Castelo: 50 Rs (sin desayuno)
Cena de bocadillos en puesto callejero: 10 Rs
Oferta de suco y salgado para desayunar: 1,5 Rs
Caipirinha en un carrito ambulante: 2,5 Rs

06 octubre 2011

Jericoacoara, un Lloret para surfistas

El difícil acceso a Jericoacoara (Jeri) auguraba un pueblo encantador apartado de la civilización y lo convertía automáticamente en un buen lugar donde descansar. Llegamos justo cuando anochecía, a lomos de un 4x4 que nos hacía trotar e impedía sacar buenas fotos. Una lástima, ya que el camino entre Jijoca y Jeri es precioso: dunas blancas se intercalan con agrestes planicies y un buen puñado de estanques de agua. Nada más poner los pies sobre la arena de la Rua Principal, buscamos una pousada donde pasar tres noches, una tarea que fue de los más fácil, ya que en Jeri sólo hay pousadas, joyerías, tiendas de artesanía, escuelas de kite surf y restaurantes. Pasamos de largo las más bonitas y románticas para meternos de cabeza en una mucho más barata, Pousada Juventude, regentada por Pedrinho de Jeri. El precio (40 Rs la noche los dos más desayuno) y la simpatía del personaje nos convenció rápidamente.

Dejamos las maletas y nos perdimos por las cuatro arenosas calles que tiene el pueblo. El ambiente es agradable, pero lo que antaño fue una pequeña aldea de pescadores hoy es un “Poble Espanyol” orientado por y para los surfistas. Tíos musculosos sin camiseta se pasean en bañador por las calles mientras que las vacías terrazas de los bares y restaurantes indican que en julio esto debe estar a rebosar. Cenamos como pobres un par de pinchos de carne y un plato que parecía tener callos con arroz, acompañados de los pocos perros que viven en el pueblo. Si hubiéramos plantado una tienda nos hubiéramos erigido como los primeros indignados de Jericoacoara. Pero como queríamos dormir bien y estos kitesurferos están menos politizados que Chucha Parc, a las diez de la noche ya dormíamos plácidamente en nuestras camas, exhaustos después de un largo día de mucho trote.

A la mañana siguiente nos fuimos de excursión con Pedro, su buggie y una pareja de brasileños. Nos llevó a todo gas por las kilométricas y desiertas playas de la zona a ritmo de forró; nos enseñó varias lagunas y nos dejó cuatro horitas en un chiringuito paradisíaco en laguna Azul. “Això sí que són vacances”, le oí decir a Guillem, tumbado en una hamaca dentro del agua turquesa, dulce y tíbia, y con un coco en su mano derecha. No comimos nada ya que los precios eran prohibitivos, aun así, gozamos del sitio y aprovechamos para quemarnos todo el cuerpo. Antes de volver a Jeri, Pedro nos llevó a Pedra Furada. Este “famoso” lugar, a pocos quilómetros del pueblo, no deja de ser una piedra grande con un agujero en medio por donde se cuela agua del mar, un timo en comparación de la Praia das Catedrais de Galicia. Antes de anochecer aprovechamos para subir a una duna gigante que hay justo a orillas del océano Atlántico. Es tradición en este pueblo que los guiris suban a ver la bonita puesta de sol desde ese lugar, desde donde se supone que es uno de los pocos lugares del mundo que se puede ver durante un milisegundo un rayo verde. No vimos el rayo ni tomamos una caipirinha del vendedor que obstinadamente sube su carrito de bebidas cada tarde hasta allí, aunque sí aprovechamos la brisa para dejar entrar arena a nuestras cámaras. La segunda cena nos dimos el capricho de sentarnos en sillas, y nos partimos un par de platos que no estaban mal ni eran caros.

El jueves lo aprovechamos para descansar, recuperarnos de nuestras quemaduras solares y deambular por el pueblo. Está claro que no nos da tiempo de fibrarnos ni de aprender kite surf en tan pocas horas, así que tendremos que volver a este lugar cuando cumplamos estos requisitos, que calculo que será nunca.


Lo mejor:
Amplia oferta de pousadas y restaurantes, algunos a muy buen precio.
Sitio tranquilo en el que descansar, leer o aprovechar para lavar la ropa.
Ideal para los surfistas / kite surfistas o los amantes de estos personajes.
Bonitos parajes y lagunas donde bañarse.
La duna desde donde ver las puestas de sol es realmente bonita.
Se pueden seguir clases de capoeria (20 Rs / hora y media) o de kite (230 Rs / 4 horas)

Lo peor:
La esencia de pueblo de pescadores / hippie se ha esfumado para siempre y ahora no deja de ser un pueblo artificial que vive sólo del turismo.
Cuesta bastante llegar hasta aquí.

Precios:
Una noche para dos en Pousada da Juventud: 40 Rs
Una cena para dos en un restaurante barato: 32 Rs
Excursión de un día por las lagunas: 35 Rs
Una caipirinha en los puestos ambulantes: 4 Rs
Lavar dos mochilas de ropa sucia: 25 Rs
Cenar pinchos morunos por la calle y cerveza del súper: 9 Rs

04 octubre 2011

Del colonialismo de São Luís a las sábanas de Maranhao

Llegué sin ningún rasguño a la única capital brasileña de fundación francesa y no portuguesa, São Luís, a pesar de que la guía advertía de que los autobuses nocturnos entre Belém y la capital de Maranhao podían ser asaltados por bandas de pistoleros. El viaje, que duró unas doce horas, fue en cambio de lo más plácido, aunque tuve que ver una de las peores películas que recuerde: Faith like potatoes. La ciudad se despertaba al tiempo que me aproximaba al hostal donde ya dormitaba Guillem, después de un largo viaje procedente de Barcelona. De hecho, me lo encontré en nuestra sórdida habitación de la Pousada Internacional con apenas unos calzoncillos y cara de demacrado. Encima de mi cama había colocado detalladamente antes de caer rendido los objetos que le pedí que me trajera de casa.

Durante la mañana de sábado visitamos esta bonita ciudad colonial que ansía ser restaurada por completo y no a pedazos, como sucede ahora. Decenas de casas de colores y algunas con azulejos que datan de la época de los portugueses alegran la vista al turista que se pierde por las callejuelas del casco antiguo. Volvimos a la Pousada para dormitar un poco, y por la tarde, con las pilas a medio cargar, nos echamos de nuevo por las calles empedradas y visitamos la casa de Nhôzinho. Cenamos en un puesto callejero y nos gastamos las pocas perras que llevábamos en cervezas. Al ser sábado, el centro de la ciudad estaba tomada por jóvenes y no tan jóvenes que ocupaban terrazas y charlaban mientras algunos cantantes callejeros obsequiaban / castigaban con su música a los transeúntes. Antes de las nueve de la noche ya estábamos en la cama, pero el terrible calor que hacía en la habitación y la música que nos llegaba a través de la ventana nos impedía conciliar el sueño, así que nos vestimos de nuevo y aterrizamos en una terraza en la que nos refrescamos con más cerveza y caipirinha mientras veíamos pasar a la fauna del lugar. La medianoche nos derrotó y nos obligó a resguardarnos en una de las peores moradas en las que he estado en Brasil.

A la mañana siguiente, domingo, pusimos rumbo a la estación de autobuses. Nos dio tiempo a desayunar unos zumos antes de tomar uno dirección Barreirinhas, la antesala de los Lençois Maranhenses (sábanas maranhenses). Tras cuatro horas de viaje llegamos a esta pequeña población, que nos recibió con las calles vacías. Nos metimos en la Pousada Vitoria do Lopes, un resort en comparación el cuchitril de São Luís. Nos hicimos unos bocadillos con el jabugo que mi madre le dio a Guillem (gràcies mama, estava boníssim!) y a las 14 horas ya estábamos montados en un especie de jeep-furgoneta sin puertas camino del Parque Nacional dos Lençois Maranhenses. Se trata de un mini desierto de dunas cercano a la costa de unos 70 kilómetros de ancho que se llena de agua de la lluvia durante el invierno. El resultado es una gigante sábana con pliegues cubiertos de agua de múltiples tonalidades y tamaños; un auténtico regalo para la vista. Paseamos por las dunas, nos bañamos en las frescas y dulces lagunas y contemplamos la puesta de sol. Sé que me queda mucho viaje por delante aún, pero estoy seguro que este paisaje ya se ha ganado un espacio en mi memoria para siempre.

La visita al parque, aunque de unas cuatro horas de duración, nos supo a poco, pero los jeeps nos tenían que devolver a Barreirinhas. Nos duchamos y salimos a cenar un bocadillo y dar una vuelta por esta pequeña localidad que no tiene nada de especial. Y a la mañana siguiente buscamos un medio de transporte para ir Jericoacoara, nuestra próxima destinación. Aunque no hay muchos kilómetros entre ambas poblaciones, la falta de carreteras hace que llegar de un lugar a otro sea una auténtica odisea. Conseguimos meternos en un jeep- autobús que iba dirección Paulino Neves.

El camino es de arena de playa, así que sólo estos vehículos o quads pueden usarlos. Me sorprendió la cantidad de pequeñas chabolas que hay desperdigadas por el camino y la humildad con la que vive la gente del lugar. Cuatro paredes de ladrillo, un par de hamacas y sobre todo una parabólica es todo lo que necesitan para vivir. Cabras; gallinas, caballos y jabalíes domésticos que deambulan por los caminos le dan un aspecto más bucólico al lugar, si cabe. De nuestro jeep bajaban familias y subían otras; y tras un par de horas de balanceo y trote llegamos a Paulino Neves. Allí tomamos otro vehículo similar hasta Tutóia, aunque ni el paisaje ni el camino son tan bonitos. Finalmente, un autobús en el que había tranquilamente 50º en su interior nos enlazó con Parnaíba, donde hemos decidido hacer noche. Mañana, si Dios quiere, nos espera una etapa hasta Caocim antes de llegar a Jericoacoara; y entonces, un merecido descanso en las bonitas playas de esta población pesquera.


São Luís

Lo mejor:
Arquitectura colonial
Ambiente callejero animado (como mínimo los sábados)
Casco histórico abarcable a pie
Las marquesinas de los autobuses (para Guillem)

Lo peor:
Pousada Internacional
Imposibilidad de dormir las noches del fin de semana si la pousada está en el centro
Estación de autobuses a varios kilómetros del centro
El aeropuerto es una carpa con dos televisores de plasma (según Guillem)

Precios de São Luís:
Pousada Internacional para dos: 50 Rs
Cena para dos en puesto callejero: 10 Rs
Dos zumos en la estación de autobuses: 6 Rs
Una cerveza de 600 ml: 5 Rs
Una caipirinha: 4 Rs
Billete de bus urbano 2 Rs (1 Rs los domingos)
Bus a Barreirinhas: 29 Rs

Barreirinhas

Lo mejor:
La proximidad a los Lençois
Buena conexión con otros pueblos como Atins o Paulino Neves
Gran oferta de pousadas

Lo peor:
Lugar sin encanto y de paso
Para ir a los Lençois hay que contratar una agencia

Precios:
Pousada den Vitoria do Lopes: 50 Rs
Hamburguesa + refresco + patatas fritas: 8 Rs
Panecillos dulces y una agua grande: 4 Rs
Excursión de 4 horas a los Lençois: 50 Rs por persona
Jeep a Paulino Neves: 20 Rs
Jeep de Paulino Neves a Tutóia: 5 Rs
Bus de Tutóia a Parnaíba: 16 Rs